jueves, 9 de junio de 2011
UNA MUJER VISITA EL INFIERNO Y EL PARAÍSO
Cierto día, una mujer subió sobre las alas de un ángel que le llevó a visitar el infierno y el paraíso. Al llegar al infierno, vio con asombro, que el infierno no era como le habían contado, sino un lugar extraordinariamente bello y armonioso.
El infierno era un mundo colmado de bienes donde se escuchaba una delicada música. El calor del infierno era agradable, y hasta soplaba allí una brisa suave y perfumada. Caminando empezó a sentir hambre, y llegó hasta una inmensa mesa de banquete, con todos los manjares posibles y los vinos más apreciados del mundo.
El infierno era un mundo colmado de bienes donde se escuchaba una delicada música. El calor del infierno era agradable, y hasta soplaba allí una brisa suave y perfumada. Caminando empezó a sentir hambre, y llegó hasta una inmensa mesa de banquete, con todos los manjares posibles y los vinos más apreciados del mundo.
Pero entonces se dio cuenta de algo espantoso.
Tenía los dos brazos entablillados. No podía doblar los codos. Podía coger cualquiera de los delicados manjares repartidos por la mesa, pero era incapaz de llevárselos a la boca. Otras personas sentadas alrededor de la mesa sufrían el mismo problema. Todos se sentían frustrados y lloraban por no poder llevarse la comida a la boca.
En este momento llegó de nuevo el ángel. La mujer subió sobre sus alas y viajó, esta vez al paraíso.
El paraíso era un lugar muy parecido al anterior. Había música armoniosa, también una brisa suave, y de nuevo una inmensa mesa de banquete, llena de manjares exquisitos.
Ella pensó para sus adentros: "Seguro que aquí en el paraíso las gentes pueden doblar los codos y por tanto disfrutar del banquete".
Mientras reflexionaba acerca de esto, observó sus propios brazos y se percató de que todavía estaban entablillados. Llegó donde estaban otras personas, y vio que a todos ocurría lo mismo que viera antes: nadie podía doblar los codos. Sin embargo, aquí no lloraban.
"Que extraño es esto", pensó. "Tanto en el infierno como en el paraíso, no es posible doblar los codos. En el infierno, todos lloran y se lamentan. Y sin embargo, aquí, en el paraíso, sólo observo contento y dicha".
Por fin se dio cuenta de dónde radicaba la diferencia. Estos comensales no luchaban por doblar sus rígidos brazos. Por el contrario, cada persona cogía algún manjar y se lo ofrecía a aquel que tuviera a su lado. Se alimentaban unos a otros sin pensar en sí mismos, gozando con la amistad, y esto les llenaba de felicidad.
Tenía los dos brazos entablillados. No podía doblar los codos. Podía coger cualquiera de los delicados manjares repartidos por la mesa, pero era incapaz de llevárselos a la boca. Otras personas sentadas alrededor de la mesa sufrían el mismo problema. Todos se sentían frustrados y lloraban por no poder llevarse la comida a la boca.
En este momento llegó de nuevo el ángel. La mujer subió sobre sus alas y viajó, esta vez al paraíso.
El paraíso era un lugar muy parecido al anterior. Había música armoniosa, también una brisa suave, y de nuevo una inmensa mesa de banquete, llena de manjares exquisitos.
Ella pensó para sus adentros: "Seguro que aquí en el paraíso las gentes pueden doblar los codos y por tanto disfrutar del banquete".
Mientras reflexionaba acerca de esto, observó sus propios brazos y se percató de que todavía estaban entablillados. Llegó donde estaban otras personas, y vio que a todos ocurría lo mismo que viera antes: nadie podía doblar los codos. Sin embargo, aquí no lloraban.
"Que extraño es esto", pensó. "Tanto en el infierno como en el paraíso, no es posible doblar los codos. En el infierno, todos lloran y se lamentan. Y sin embargo, aquí, en el paraíso, sólo observo contento y dicha".
Por fin se dio cuenta de dónde radicaba la diferencia. Estos comensales no luchaban por doblar sus rígidos brazos. Por el contrario, cada persona cogía algún manjar y se lo ofrecía a aquel que tuviera a su lado. Se alimentaban unos a otros sin pensar en sí mismos, gozando con la amistad, y esto les llenaba de felicidad.

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