viernes, 28 de octubre de 2011

postheadericon Leyenda budista :semillas de salvación



Esta es la historia de un niño pequeño que murió El padre del niño había muerto con anterioridad, y la madre sólo vivía para su hijo, aquél niño era toda su vida, La madre estuvo a punto de volverse loca de dolor, no quería que llevasen a su hijo al crematorio, y lo llevaron ante Buda

-Sálvalo. Haz que vuelva a la vida..
- Imploró la madre
-Bien, dijo Buda; pero antes tienes que cumplir una condición.
Ve al pueblo y tráeme unas pocas semillas de mostaza, de una casa donde nunca haya
muerto nadie…
-La madre fue de casa en casa, en todas las casas le decían lo mismo, podemos darte todas las semillas de mostaza, pero aquí muchos de nuestra familia han muerto.
Al llegar la noche, la mujer tuvo un gran despertar.
Había ido por todo el pueblo y había obtenido siempre la misma respuesta.
Esa noche fue consciente de que la muerte es una realidad de la vida que no puede ser cambiada.
-Y reconoció. Aunque mi hijo viviese unos años más, tendría que volver a morir.
-Entonces dejó de llorar, estaba tranquila.
Se posó a los pies de Buda y este le dijo: -¿Dónde están las semillas de mostaza?-

La mujer sonrió y dijo:- Me has echo pensar, lo pasado, pasado está.
Ahora lo que me preocupa es cómo encontrar la verdad que nunca muere, esa verdad que es la vida misma.
jueves, 13 de octubre de 2011

postheadericon LA NIÑEZ DESAMPARADA

Hemos vistos en noches largas de invierno, a muchos niños hambrientos y desnudos, vagar por las calles de las grandes ciudades, buscando angustiados un refugio donde pasar la noche. Los hemos visto abrigados con papeles sucios en las afueras de las lujosas metrópolis. Todavía llegan a nuestros oídos aquellas palabras inocentes de estos infelices: “HERMANITO... TAPÉMONOS BIEN PORQUE NOS HACE DAÑO LA LUNA”. Pobrecitos... pobrecitos... pobrecitos...
Para ellos no existen los flameantes cochecitos que tanto alegran a los niños bien, para ellos no hay jugueticos, ni fiestas navideñas, para ellos no existe una palabra piadosa que diga ¡hijito mío! Cuando estos pobres niños de la calle llegan a una lujosa mansión solicitando un pan, ladran los elegantes perros mejor cuidados que ellos, y el ama de casa les arrojan a la puerta diciendo: “VAGABUNDOS, A TRABAJAR, ¡NO MOLESTEN!, Si ustedes siguen molestando llamaré a la policía para que se los lleven”.
A veces los grandes señores les arrojan una moneda, o las damas elegantes que orgullosas transitan por las calles les dan un pan o un dulce sintiéndose después inmensamente satisfechas de su gran caridad.
Hemos visto a estos pobrecitos niños de la calle huyendo desesperados del gendarme que los persigue para llevarlos a la cárcel o en el mejor de los casos a un asilo de huérfanos semejante a una cárcel de la peor calidad. No existe compasión para los infelices niños que huérfanos ambulan hambrientos y desnudos por la calle. Para ellos no hay lujosos colegios, ni bellos vestidos.
Realmente la crueldad que cada ser humano lleva dentro, se expresa fuera como falta de legítima caridad para los desamparados. El individuo es cruel y malvado, y así es la sociedad que el mismo ha creado. ¿Cuándo será el día en que grupos de damas y caballeros verdaderamente caritativos se asocien para brindar a estos niños pobres, elegantes y bellos hogares infantiles? ¿Hermosos colegios? ¿Y resplandecientes comedores? ¿Cuándo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?.
Sólo cuando cada individuo se haga consciente de su propia crueldad, sólo cuando comprendamos que somos EGOÍSTAS Y CRUELES. Necesitamos no justificar la crueldad. Necesitamos no condenar la crueldad. Si justificamos la crueldad entonces la reforzamos. Si condenamos la crueldad entonces ésta desaparece de la superficie mental y se sumerge dentro de las profundidades de la mente asumiendo nuevas características y formas de expresión. Es indispensable comprender profundamente la crueldad en todos los niveles de la Conciencia. Sólo así desaparecerá la crueldad, sólo así nacerá en nosotros en forma clara y espontánea algo nuevo: ese algo es la verdadera caridad consciente.
Es indispensable que grupos de personas verdaderamente caritativas se asocien para trabajar por la niñez desamparada y afligida. Sólo así es posible brindar a estos pobres niños pan, abrigo y refugio. Sólo así es posible abrir lujosos colegios para estos niños desamparados. Estos bellos niños son también seres humanos. Ellos no son menos que nadie, son tan humanos como los niños ricos, son tan bellos como los hermosísimos niños elegantes. Tienen los mismos derechos de los ricos y la sociedad debe reconocerles sus derechos. La crueldad para con estos niños no admite justificación.
Los devotos de todas las religiones, los hermanos de todas las escuelas, ordenes, logias y sociedades ocultas pueden tomar la iniciativa y asociarse para resolver este problema de la infancia desamparada.
Ha llegado la hora de practicar la caridad enseñada por los maestros y sacerdotes de todos los tiempos. Las palabras que se dijeron entre el arrullo de las palomas bajo los sagrados pórticos de todos los templos, deben ahora convertirse en realidad concreta.
La caridad consciente es el bálsamo milagroso que puede consolar nuestro adolorido corazón.
Cuán doloroso es ver a los niños pobres y sucios, miserables y descalzos andando por las lujosas calles de las metrópolis. Los miembros de todas las religiones, los devotos de todas las sectas, los obreros de todas las fábricas, la gente de todas las industrias, deben asociarse y trabajar por estos infelices.


V.M. SAMAEL AUN WEOR


sábado, 1 de octubre de 2011

postheadericon LA VERDADERA MARÍA



Ante los ojos del Alma desaparecen por completo las púrpuras y sedas con que se ha querido envolver el recuerdo de María, la Divina Madre de Jesús de Nazaret.

No fue María aquella verdad mundanal pintada en todas las acuarelas.

Con los ojos del Espíritu sólo contemplamos una virgen morena quemada por el sol del desierto. Ante nuestras atónitas miradas espirituales se desdibujan esbeltos cuerpos y rostros provocativos de figuras femeninas, para aparecer en su lugar una mujercita sencilla de pequeña estatura, cuerpo delgado, rostro pequeño y ovalado, nariz roma, labio superior algo saliente, ojos gitanos y amplia frente.

Aquella humilde mujer vestía con túnica color carmelita o marrón y sandalias de cuero.

Caminando a través de los desiertos africanos rumbo a la tierra de Egipto, parecía una pródiga con su túnica vieja y rota, y su rostro moreno humedecido en copioso sudor.

No es María aquella estatua púrpura y diamantes que hoy adorna la catedral de Notre Dame de París. No es María aquella estatua cuyos dedos de armiño, engarzados en puro oro, alegra las procesiones de la casa parroquial.

No es María aquella beldad inolvidable que desde niños contemplamos sobre los suntuosos altares de nuestras iglesias pueblerinas, cuyas campanas metálicas alegran los mercados de nuestras parroquias.

Ante nuestros sentidos espirituales sólo vemos una virgen morena quemada por el sol del desierto.

Ante la vista del espíritu desaparecen por completo todas las fantasías para aparecer en su lugar una pródiga humilde, una humilde mujer de carne y hueso.

SAMAEL AUN WEOR